viernes, 9 de julio de 2010

La labor de un ensayista (o carta de explicación de motivos, segunda parte)


Such an intelectual (2009) Humberto Ramos (Amazing Spider Man, A Family Man # 3)

With a great power...

...comes a great responsibility", balbuceó el moribundo Ben Parker antes del dar el último suspiro. Peter lo sostuvo, impávido, invadido por la angustia: No, Tío Ben. No te vayas. Responde, Tío Ben... Peter se había consagrado como un imbécil olímpico. No sólo había desechado una nutritiva charla con su tío antes de bajar del automóvil, sino que también se sentía indirectamente culpable de la muerte del anciano. Teniendo súper poderes, Peter no había sido capaz de atrapar al asaltante que había salido de la arena de lucha libre a toda velocidad, y que posteriormente estaba por asesinar al bueno del Tío Ben. ¡Pobre Peter Parker! Ese día se daría cuenta de que resulta muy difícil ser un superhéroe. Algo tan difícil como escribir un ensayo decente.

Como yo no tengo súper poderes, escribo ensayos. Creo que es una actividad más peligrosa que combatir al crimen, escalar edificios, sobrevolar una Metrópolis que nada tiene qué ver con Fritz Lang, o seguirle los pasos a una macabra mente privilegiada teñida de payaso. Escribir ensayos es pretender salvar al mundo en camiseta Rimbross de cuello V, lentes Ray-Ban “gota” color carey, y un short de playa (completamente indefenso, pero sin perder el estilo). Es como torear o ser agente secreto: escribir ensayo es hacerse el valiente. Es creer que se tiene algo qué decir, que aquello que se tiene que decir es importante, y sobre todo, que alguien querría o estaría obligado a escucharlo (o leerlo).

Hacer ensayos puede ser sinónimo de lucirse. Hay ensayistas que les gusta ser tratados como vacas sagradas, y casi siempre escriben ensayos para ver cómo gotean las loas sobre su cabeza: Oh, miren, cuánto sabe; miren qué inteligente es; eso jamás se me hubiera ocurrido a mí, qué asombroso; mira nomás, cuánto ha leído este muchacho... Pero lo cierto es que, como decía el Tío Ben Parker, un gran poder trae una gran responsabilidad, y no se puede sólo hacer ensayos para levantarse el autoestima, reafirmar las virtudes propias, o para quedar como el más elocuente del grupo de amigos. No. Hacer ensayos va más allá de un acto onanista (o válgame, masturbatorio). No es sólo vomitar todo el conocimiento vertido por miles de libros, autores y años, divagar laberínticamente alrededor de una geografía, ni irradiar opiniones sin ton ni son. Escribir ensayo va más allá. Implica una responsabilidad social -por corporativo que suene el término-. Llámenme materialista dialéctico, marxista trasnochado o esteta objetivista del siglo pasado (1), pero siempre he recalcado el sentido cívico, histórico y epistemológico del ensayista. Sí: hacer ensayo no es cualquier cosa, sino un deporte extremo.
Bien lo expone Julio Coarfán en Las nociones básicas de un ensayo:

El ensayo o exagium, con origen en Grecia, se considera una propuesta original, prospectiva y persuasiva, con linderos de creación. Innova y es generativo. El ensayista no parte de un conocimiento común, establecido (“establishment”), sino de su “palabra de ensayista”, que es una visión analítica y elaborada. Eso distingue al ensayista del común de los ciudadanos. El ensayista es teórico, es hombre de conocimiento extraordinario, es siempre hipotético y considera todos los aspectos posibles… (2).

El ensayista es un símil del Hombre Araña; por una parte, es odiado por los medios, los poderosos y la llamada “opinión pública” (3), pero por otra, hay una comunidad que lo quiere y lo cree necesario. Sin él, sería difícil combatir a grandes villanos (que son, en el caso de un ensayista, la pereza, la ignorancia, la ceguera, la artificialidad, el híper-consumo y la mediatización, por mencionar tan sólo algunos).

El ensayista es el ojo crítico de una sociedad que, no a todos agrada, pero sí debe existir. Si es experto, es el que define; marca la pauta en algún tema particular. Es así que Menendez Pidal es el más grande medievalista ibérico, Juan Vernet, el mayor experto en literatura árabe (preislámica y postcoránica), y Miguel León Portilla, el prehispanista, social y académicamente, más reconocido en México (4). Si el ensayista
es, más bien, inocente –es decir, si se lanza a tratar un tema que él mismo desconoce- es aquél que reparte las cartas sobre la mesa; es el que da su punto de vista para que los demás asientan o disientan, sin comprometerse a emitir una visión tajante o dilucidadora de los términos. Tal es el caso de ensayistas como Roland Barthes, que en textos como Lo romano en el cine (uno de mis ensayos predilectos de todos los tiempos), realizan más una exploración, un sobrevuelo, que una teorización concisa:
En el Julio César de Mankiewicz, todos los personajes tienen flequillo sobre la frente. Unos lo tienen rizado, otros filiforme, otros en jopo, otros aceitado, todos lo tienen bien peinado y no se admiten los calvos, aunque la Historia romana los haya proporcionado en buen número. Tampoco se salvaron quienes tienen poco cabello y el peluquero, artesano principal del film, supo extraer en todos los casos un último mechón que alcanzó el borde de la frente, de esas frentes romanas cuya exigüidad siempre ha indicado una mezcla específica de derecho, de virtud y de conquista (5).
Lo importante, es que el ensayista es el que gana la exclusiva. Es de los primeros que hablan sobre un tema, o al que se le ocurre una buena idea que, al menos según él, a nadie se le había ocurrido antes. Si no descubre el hilo negro, el buen ensayista de menos lo intenta. Expone y está abierto a ser multi-criticado; sí, pero de menos, ganará el título de ser de los primeros en hablar de, o exponer, antes de aquel cúmulo social que lo critica.

En sí mismo, su papel es ser un actor clave en el entramado shakesperiano de su propia circunstancia. Como el poeta en tiempos homéricos, el ensayista es un rapsoda: es el portavoz de sus propias ideas ante el aciago de los tiempos; el manifestante de una verdad que sólo poseen los más locos, revolucionarios o sabios. Recordemos que el que calla otorga -y un ensayista es el que jamás se calla-.

El ensayo puede ser un arma de destrucción masiva –hemos antes dicho-. Es persuasivo y pretende legitimar, o demeritar, según sea el caso, un discurso o figura determinados. No se puede sólo juguetear con un ensayo irresponsablemente cuando sus alcances pueden ser cruciales. Ahora bien, que tampoco el abuso del "yo digo y punto" es adecuado. El ensayista que piensa que sólo él tiene la razón cae en la intransigencia, y más que ensayista pasa a ser un profeta hermético. Hay ensayistas que son adoradores del fascio; hitlerianos en su solo estilo. Es mejor estar consciente de qué tan lejos puede llegarse en los linderos del pensamiento social: generar un diálogo. Todo ensayista elocuente es aquél que sabe lo que se trae entre manos y que está consciente de su responsabilidad histórica, pero mostrándose abierto, no obstante sea referencial y académico (un
sabio calamar (6)), o bien, sencillo, lúdico y desfachatado (un énfant terrible).

El Duelo: dos ensayistas en una mesa de debate (un sketch)

(Texto preferentemente escrito para representarse con marionetas de mano)

Moderador: Orden. Orden, he dicho. Los he convocado porque distingo a dos grandes tipos de ensayistas (hay cientos de tipos, pero los he convocado a ustedes dos, por eso del costo de los espacios en televisión) para que nos hablen un poco sobre lo que puede ser (o aspirar a ser) un ensayista postmoderno. Tenemos ante nosotros, el sabio calamar y el énfant terrible. Federico Patán –que a veces es un ensayista de un tipo, y que a veces se vuelve del otro, con sus habilidades camaleónicas-, ha hablado de los dos distinguiéndolos así:

Hay ensayistas que son lúdicos, nacidos después de los sesenta, herederos de la Generación de Medio Siglo, y que ponderan más su opinión y visión, que el contenido referencial o el reconocimiento bibliográfico. (…) Los hay, en cambio, poetas, dramaturgos, académicos o narradores que, nacidos de los veinte a los cincuenta, se saben con autoridad para escribir ensayo, tan sólo por lo que saben. (…) Son los que tienen amueblada una habitación de su casa literaria con libros (7).
Y, bien, comenzamos con…

El sabio calamar: …conmigo, que hasta hay necedad en ponerle orden. Tengo muchos nombres. Pueden llamarme Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Justo Sierra O´Reilly, Louis de Secondatt, Octavio Paz, Salvador Novo, Guiseppe Prestipino, Norberto Bobbio o Giordano Bruno. He existido a lo largo del curso histórico y he fungido en cada tiempo como el más grande de todos en una sociedad: el máximo; el magnífico: el sabio, en una sola palabra. El ensayista es al que hay que acudir en caso de un incendio bibliográfico; es el que almacena todo el conocimiento de su tiempo. Es filólogo, musicólogo, gastrónomo y analista político a la vez, sin siquiera cansarse…

El énfant terrible: …sí, como si fuera un malabarista de circo que maneja tantos bolos y aros flameantes que, al final, todo se le cae en estrépito. Habla de todo y a la vez, habla de nada. Pierde más caracteres en embellecer su prosa que en su punto, y termina siendo aburrido, inabordable, pretenciosísimo…

El sabio calamar: ¡Cállate, pinche chamaco, que no he terminado!... Decía yo que el ensayista debe leer de todo y saber de todo. Corrección: debe ser el que más sabe de todos y el que más lee de todos ¡Qué mejor imagen que el ensayista en su despacho, en ese estudio propio del sabio, en ese room of his own del que hablaba Virginia Woolf, rodeado de innumerables libros, gatos, esquelas periodísticas, y otros objetos coleccionables (regalos de astros del cine de oro mexicano, obras de arte de autor, apuntes por todos lados)! ¡Oh, qué goce encontrar al sabio en ese cubil del saber que, a su muerte, puede convertirse en el “Museo Casa de…” o conformar el “Museo Colección…”. No hay mayor gusto que un programa televisivo de tres horas loándolo, escuchándolo, sabiéndolo el semidiós que vierte su maravilloso esperma, sus opiniones inmaculadas, inmaculables…

El énfant terrible: …y al final, rentables, vendibles al mejor postor (académico, político o editorial). Sí, mi sabio maestro. El ensayista, por años, mejor dicho, durante todo el siglo pasado (y hasta me atrevo a decir que durante el diecinueve) fue un sabio de Estado. Era tan leído, tan publicado y tan elogiado, que acababa siendo el favorito de los discursos hegemónicos para la búsqueda de su legitimidad. Los partidos políticos le pagaban por adelantado y en sobre cerrado para que, en entrevista con el noticiero nocturno, hablara maravillas de candidatos y pestes de otros. ¡¿Cuántos no se vendieron a sí mismos y sus espacios para agradar a los titanes del poder?¡, ¡¿Cuántos no se volvieron mamones, y no por pretenciosos, sino por adoradores de Mammón, el dios filisteo de las ganancias?! ...

El sabio calamar: ...¿Y tú, mancha-pañales, no tienes un costo? Los sabios del pasado se vendieron a las más grandes mafias editoriales y a las empresas transmisoras de contenido cultural, en radio y televisión. Tú te vendes a los Institutos locales de Cultura y las Artes. Te legitimas por medio de bequitas estatales; por medio de encuentros de “jóvenes escritores” y casas editoriales no comerciales, pero sí bien pagadas por los impuestos. Eres tan vividor del erario público como yo. ¿Abres tú, que tanto me criticas, espacios para nuevos escritores que no han ganado becas de Fondos de Creadores?, ¿No eres tú, en tu medio, en tu generación, con los escasos registros de tu circunstancia, una vaca sagrada? (Una vaquita, mejor dicho)...¡No te engañes! Te pareces más a los viejos que a los jovencitos revolucionarios de los años sesenta. Eres más tradicionalista que innovador (y lo más triste es que ni siquiera estás consciente de tu tradicionalismo): vives criticando, reprimiendo, descontento con todo y con todos, y lo que es peor, te crees “terrible” porque el noventa por ciento de tus ensayos le mientan la madre al “Sistema”, y un diez por ciento habla de música, cine y moda jip, ¿jip…jipper?

El énfant terrible: … ¿hipster?...

El sabio calamar: ...sí, eso, como se llame. El caso es que tú también eres, bajo tu supuesta apariencia de “descontento social” y “criticador supremo” –no crítico, jamás un crítico, porque no tienes ni la formación académica para llamarte crítico-, una pose. Eres una caricatura de los sabios del pasado; un sabelotodito. Con tus playeras estampadas y coloridas, tus tenis y tus peinados estrafalarios, como de un culto que adora esta muchacha/muchacho Lady Gaga, eres…

El énfant terrible: …pues tú (porque no mereces ni el "usted") eres un vejestorio; un mueble, más que un crítico. Tus obras completas sirven como recargadera o pie de mesa. Crees que pudiste hablar de todo y, al final, no eres más que una referencia de Wikipedia; te alejaste de la sociedad; te convertiste en “el Rey Viejo”. Te volviste un objeto de museo. Te pasó como a Carranza, como a Porfirio Díaz, como al Borges que entrevistaba Soler Serrano a las doce y media de la noche; como a Enrique Krauze. Eres alguien que todo el mundo refiere (“¡Oh, sí, alabado sean Octavio Paz y todos sus hijos, desde Tomás Segovia hasta Juan García Ponce¡”), pero que nadie ha leído. Eres el libro más empolvado del librero …

El sabio calamar: …pues tú eres un muchachito que habla sin ninguna autoridad y sólo a través del dichoso blog. Crees que conoces de todo cuando, más bien, conoces una escasa referencia de todo. Acabas de llamarme "referencia de Wikipedia"...pues bien, si yo soy una referencia de ese espacio, tú eres el que sólo ha leído ese espacio. Naciste en cuna de oro. No necesitas leer ni siquiera, basta con abrir la computadora y lo tienes todo. Insultas a quien no has leído; criticas sin conocimiento de causa. Además, te debes a los sabios del pasado, porque las becas estatales que presumes llevan el nombre de alguno de los que tanto has criticado. Eres un revolucionario que se vuelve dictador: eres el iniciador de una revolución que, ya arriba, tan pronto manosea tantito poder, se vuelve más cruenta y terrorífica que el Sistema al que pretendía derrocar...

El énfant terrible: ...¡Mira que si de revolucionarios venidos a dictadores habláramos!…Deberías apostillar que tu generación, en los veinte, en los cuarenta, en los sesenta, en los ochenta…todos eran “la revolución”, “la novedad”, “lo último”, “la vanguardia”…Y todos terminaron igual: cazadores de brujas. Todos perdieron de vista que la novedad no existe, que vivimos de la crítica, la nostalgia y la resignificación. Yo siquiera soy un artista del remake, de la sopa referencial de lo viejo y de lo nuevo. Soy postmoderno, íñor. No me debo a ningún membrete, ¡soy libre al fin!, ¡libre para hablar sin partido, sin homologación con causa alguna, sin movimiento y sin manifiesto!...

Moderador: Bueno, ya párenle. Pasemos al slam…Bueno, perdón, Señor Sabio Calamar, al duelo (para que usted entienda). Comenzamos con… Bueno, mejor cito: “hasta ponerle orden ofende”… Señor Sabio Calamar, deléitenos:...

El sabio calamar (parándose sobre un pequeño escenario, alumbrado por un gran halo): Bien. Yo mostraré un buen ensayo. Un notabilísimo ensayo. Un ensayo que es digno de llamarse como tal, y elogiable a los dos párrafos. Un ensayo que reitera que el ensayista es el artífice de su momento, y que obedece al llamado de su camino. Señoras y señores, con ustedes, Ramón Xirau:

La poesía como conocimiento: ¿qué puede haber más distante que ese decir de un poeta –emotivo, exaltado, inspirado- del decir de un filósofo –racional, preciso, exacto-¿ ¿Cómo poder siquiera pensar que el filósofo, hombre sumo de las ideas que se pretenden claras y distintas o, por lo menos, un hombre de conceptos, se pueda asemejar a un poeta, que es hombre de imágenes y ritmos, de cambios flagrantes?

El hecho de que Baumgarten, discípulo de Christian Wolf, y en cierta medida maestro de Kant –porque sí, éste estudió la Metafísica de Baumgarten-, piense, antes del despliegue pleno del romanticismo, que la poesía y la filosofía son hermanas, o de menos, no son dos conocimientos antitéticos, es unificar dos mundos que sí tienen puntos de contacto, porque como dijo Heidegger: “Poetizar es dar nombre original a todas las cosas, el nombre de los dioses. Pero la palabra denominativa no existiría si los mismos dioses en su tiempo no diesen el habla, el articulatoria” (Hölderlin o la esencia de la poesía) (8)…

(suena una chicharra) Moderador: Lo siento, Señor Calamar, se le acabó el tiempo. Énfant terrible: show me what you´ve got

El énfant terrible (parándose en el mismo escenario): ¡A darle, que es mole de olla! Con todo respeto, comienzo mentándole la madre al Calamardo porque no sabe qué es un ensayo. No ha leído a Montaigne, que hablaba sobre “la manga del muerto”, si se le hinchaban, y sin la capa bibliográfica. Me perdí entre tantas referencias y, la neta, Xirau (Chirau, Jiráu, o como se pronuncie) ya rindió lo que tenía que rendir, como José Emilito o Sergio Pitol (en el que no confiaría, ¡¿quién quiere leer a alguien que parece tener nombre de estimulador de multiorgasmos femeninos?!). Ahora, aclarado el punto, yo vengo con todo, trayendo dos fragmentos de un textazo del Joven Yépez…

Paz no crea conceptos: resume otras fuentes. Quizá cueste aceptarlo: no es original. (…) Quizás indignará a algunos hacer notar el paralelismo entre el pensar paciano y el cantinfleo. En Paz la dicotomía se resuelve en la eufonía; critica códigos con una dialéctica que empareja los opuestos, distendiéndolos. Cantinflas falla al rehacer (repetir) el discurso preexistente, ¡lo revuelve!, lo hace bolas, pedazos, lo vuelve incoherente; Paz logra rearticular los discursos preexistentes, los hace elocuentes, los reimagina, los embellece. Es Cantinflas corregido y estetizado.
(…)
Carlos Fuentes es también deudor de esa retórica, lo mismo que Carlos Monsiváis. Paz dijo de éste que no tenía ideas sino ocurrencias, sin percatarse de que, si bien él tenía ideas, éstas casi nunca le pertenecían (8).
El sabio calamar: ¡Cállate, maldito bastardo de Octavio Paz! ¡Asesino edípico!...

El énfant terrible: …Ruco, dinosaurio, mamerto…

El sabio calamar: …Calostro…

El énfant terrible: …Compa de Elba Esther Gordillo, producto del Sistema…

El sabio calamar: …Lameculos hípertextual…

El énfant terrible: …Rancio…

El sabio calamar: …Nipster…

El énfant terrible: …¡hipster, abuelo, hipster!

(Cierra el telón. Comienzan las risas y los aplausos artificiales).

Mi poética del ensayo…The poetics of Spider-Man

Para abrir un blog de ensayo, me es necesario exponer mi propia línea de devenir ensayístico. Lanzarse al ruedo sin hablar previamente de qué puede esperarse de un espacio como éste, es como entregar una tesis doctoral sin marco teórico, o como tener en las manos un periódico sin manual de estilo. Por ende, no creo en los ensayistas que no tienen una poética del ensayo. Son articulistas, reseñistas, periodistas, mas no ensayistas. Ya se trate de sabios calamares o de énfants terribles, destaco más al ensayista por su carácter de "el que alza la voz", de "el que propone", que por su estilo; el estilo es, al final, consecuencia de los tiempos y de la generación, y más objeto de la formación literaria que de la propuesta. Éste es un criterio del que pueden disentir muchos, pero d
isfruto por igual a Andrés Bello que a Heriberto Yépez, y si Jaime Torres Bodet, algunos textos de Carlos Monsiváis, y Octavio Paz, no me agradan del todo como ensayistas, no es por su estilo adornado, ni por su aparente lirismo, sino por la oquedad de sus propuestas. Lo he dicho antes y lo reitero como mi poética del ensayo en este espacio: ensayo significa la conjunción de forma y contenido, el sabroso néctar del qué y del cómo. Es un modelo de Louis Hjelsmlev, es decir, forma y sustancia; contenido y expresión.

El que hace ensayos es un potencial líder de opinión (o paria, según sea el discurso hegemónico que lo circunscriba), un educador, un crítico, un filósofo, y a la vez, un buen entertainer. Si falla en alguna de estas categorías, no es digno de considerarse ensayista. El “hipster” que se cree ensayista porque tiene un blog, da lástima. Desconoce muchos temas de los que desea hablar; no sabe lo suficiente, en ocasiones, para abrir la boca (o teclear). El “sabio de antaño”, aferrado a ciertas tradiciones poco propositivas, es igual de ridículo. Cree poder definir en suplementos culturales –a veces escuetamente locales y herméticos- lo que son el arte, la poesía, la estética, sin salir de los ensayos del ya mencionado Paz y de Adolfo Sánchez Vázquez, como sus santos patronos.
Mi reto personal en este espacio es no ser ni lo uno, ni lo otro. Es ser propositivo como ensayista sin perder el estilo. Es ser valiente y, a mi manera, rescatar el mundo en peligro. Soy más congruente con la filosofía del Tío Ben Parker que con las vacas sagradas del ensayo, o que con los supuestos “novísimos” ensayistas de mi generación –de cuyo caso excluyo a Heriberto Yépez (texto arriba citado) y a otros casos, que ya trataré a futuro, y más a fondo-.

Mi poética es la de Spider-Man. Me balanceo entre los edificios de las librerías “de viejo”, recolectando argumentos y pensando temas. With a great power comes a great responsibility…I am…an essayist.

Próximamente… “Soy ensayista y soy mexicano” (o carta de declaración de motivos, ÚLTIMA PARTE).

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(
1) Ver Pristino, Guiseppe, La controversia estética del marxismo, Ediciones TP, México, 1987.
(2) Coarfán, en Suplemento El Grande de Saltillo, 2002.
(3) Recomiendo ver: de Menendez Pidal, El romance americano, de Juan Vernet, su excelente traducción de El Corán y su Literatura árabe, y de Miguel León Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares.
(4) Las mejores definiciones de “opinión pública”, a mi criterio, son las usadas por Jürgen Habermas en Democracia y opinión pública (1962). En este texto, el término -la resobada "opinión pública"-, no se observa como un pensamiento, o un imaginario, colectivo, constructivo y auto determinado, es decir, democrático, sino más bien, manipulado por los discursos hegemónicos:
Opinión pública significa cosas distintas según se contemple como una instancia crítica con relación a la notoriedad normativa pública, ‘representativa’ o manipulativamente divulgada, de personas e instituciones, de bienes de consumo y de programa.
(5) Barthes, en Mitologías.
(6) "dialéctica su tinta, de un sabio calamar / como monstruos socráticos decían / que sólo siendo feo, se puede ser genial" (Leduc, Los buzos diamantistas, Op. Cit.).
(7) Patán, en Prólogo en Ensayo literario mexicano, Op. Cit.(ver la “Primera Parte” de este post).
(8) Xirau en, Poesía y conocimiento, 2000.
(9) Yépez, en Delirio de la glosa, 2007.

sábado, 3 de julio de 2010

Un ensayo del ensayo (o carta de explicación de motivos, parte primera)

(The Life Writer, Crista Sommerer and Laurent Mignoneau, 2008)

Examinadlo todo y retened lo bueno.
-San Pablo, 1a de Tesaloniscences 5:21

...¿Centauro?

Bueno, sí, Centauro. Aunque iba a tener un título mucho más largo. Un título rimbombante. Un título digno de un ensayista que se preciara de serlo: El desdecir del vértigo renuente, La incontinencia verborréica, La inconsciencia de lo vertido, La pesadumbre ignota de lo que pudo ser...(1) En fin, yo iba a ponerle uno de esos títulos pretensiosos que utilizaba Octavio Paz en la empresa de reseñar a los sabios de su tiempo (2); algo del tipo Entre líneas y luces, Pasado siempre presente, Palabra y dolencia, Auto de proclamas... O bien, un título a la Elías Canetti (Declaración de motivos, Ciénaga de las ideas, por ejemplo), o como los que utilizaba Ángel Rama (La tierra donde pueden pasar todas las cosas; se me llegó a ocurrir). Pudo tener un título más sobrio, hasta rayando en lo académico, como los de Theodor Adorno: Diálogos a partir de la cosmovisión (weltanschauung) de un postadolescente, en aras de la postmodernidad.

Pensé en ponerle un título en otro idioma -vivo o muerto-: Carpe diem, Locus amenus, Ubi sunt, Parve liber...(3) Un título referencial: El reciente Galaor, El novedoso Virgilio, Nigromante postmoderno. Un título cervantino: De cómo el joven Caloca, post-bachiller, se resignó a escribir ensayo, y otras tantas fábulas y greguerías de felice recordación. Un título más bien lezamiano, La locura, obra de la muerte del mito, uno que pareciera sacado de una novela de Reinaldo Arenas -Bestia alucinada-, o un título más relajado, más "en confianza": Un cuaderno público de escritura o Ensayos para los amigos. Podía tener un título como esos que, primero dicen lo pretensioso y elocuente, y después el verdadero título: Del teclado embravecido o los ensayos de Eloy Caloca, o bien, Zoológico demencial: ensayos completos de Eloy Caloca Lafont. Hasta pensé en un título que parecía más de una columna política que de un blog (Con copia para), una alusión a las "redes sociales" y a la era de la información (Del moleskine al post), o un título que en su momento me pareció genial (Los subrayados son míos) pero que descubrí, lamentablemente, que ya había sido usado en un libro de ensayos de Gonzalo Celorio.

Se quedó finalmente Centauro. La idea vino de una frase que dijera Alfonso Reyes -pilar del ensayo mexicano moderno- en El deslinde: prolegómenos a una teoría literaria, uno de sus más famosos ensayos (¡qué ironía!): "(...) el ensayo es el centauro de los géneros". Y es que, si bien es discutible la labor ensayística de Reyes o su aparente grandeza (se recomienda ver el demérito que hace de él La carretilla alfonsina, un texto de Gabriel Zaid (4)), resulta indiscutible lo certero de su frase; porque sí, el ensayo es un portentoso híbrido, una gloriosa quimera...un centauro, en una sola palabra.

El centauro de los géneros

Del griego Κένταυρος, que quiere decir "cien torres" o "cien toros", el solo vocablo alude a una fuerza sobrehumana, al brío del galope y, en el imaginario colectivo, a una criatura mitológica mitad hombre, mitad equino. Ni hombre ni caballo, el ensayo es centauro porque posee la alusión centáuride tanto a nivel lingüístico (es directo, fuerte, certero, como "cien torres" o "cien toros") como a nivel iconográfico. Es congruente con lo que, de acuerdo al imaginario colectivo -nuevamente-, se entiende por un centauro: un bicéfalo, un objeto que es mitad una cosa, mitad otra. El ensayo no es cuento, pero puede tener ínfulas narrativas. No es poema, pero se obliga a hacer uso de un ritmo lírico que emula la conversación o la cátedra. Es tanto el qué como el cómo; el contenido y la expresión. Es el arte de saber decir algo y de saber al mismo tiempo cómo decirlo. Dice Evodio Escalante en Acerca de la supuesta hibridez del ensayo, al respecto:
De entrada, la expresión (del centauro) juega a ser una imagen de la hibridez. Lo peculiar del ensayo, en tanto, género, sería la de ser un género híbrido, que conjunta maneras encontradas, lo que da por resultado un ente "machihembrado", si se me permite usar una palabra también empleada por Alfonso Reyes en este contexto. Ni bestia ni hombre, sino una extraña (por no decir siniestra) mezcla de los dos. Esto es lo que se contiene en la figura mitológica del centauro (5).
A su vez, dice Edgar Montiel en Ensayo americano, centauro de los géneros:

Fue Alfonso Reyes quien definió al ensayo como "el centauro de los géneros" porque en él "hay de todo, cabe de todo". Decía Reyes: "el ensayo es propio hijo de la cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a una curva abierta, a un proceso, una marcha, etcétera" (6)

"Un proceso, una marcha", es decir, modernidad. El ensayo es hijo predilecto del discurso moderno porque tiene como fin, el progreso social ascendente y positivo: la divulgación del conocimiento. Es decir, el ensayo es un arma epistemológica que propaga casi viralmente visiones, argumentos y propuestas que, según su originalidad o certidumbre, amenazan con cambiar al mundo o destruir los discursos mejor parados. Según su tono puede ser una bomba atómica, una línea de Napalm o una bala. Hay ensayos provocativos cuyo único fin es sacar de quicio -raptar, matar, destruir-, mientras hay otros más "light", capaces de dar una visión sobrevoladora, escasa, de un tema sin más pretensiones que las higiénicas: explicar sin meterse en problemas, y con una serie de citas que respalden con nombres de peso los pocos criterios que el autor se atreve a exponer. Según sea el caso, existe un ensayo para cada necesidad, para cada tema, para cada foro o publicación, y para cada campo de acción. El mundo de los ensayos es un buffet de las ideas donde cada quién puede tener su propia opinión sobre la opinión de otro. Otro que tal vez no es el "ideador platónico", es decir "primigenio", del criterio, pero cuyos argumentos son válidos y sustanciosos. El ensayista no es el que primero se le ocurrió aquello que escribió, pero sí el que mejor lo ha podido decir o explicar a todos.

Comunismo, capitalismo, postmodernidad, todas las vanguardias estéticas, todos los "ismos" imaginables, e incluso todos los políticos, asesinos seriales o artistas, se deben a un ensayo. Sólo el cúmulo de palabras que explica a fondo, debate contra, o elogia un discurso, es capaz de colocarlo en la percepción social de la realidad a través de la explotación mediática del tema. Hay tanto ensayistas pop como Carlos Loret de Mola o Ciro Gómez Leyva , que no pasan de ser analistas políticos en un cuarto de plana de El Universal, como también ensayistas exigentísimos que muy pocos conocen, como es el caso de Peter Sloderijk o Jürgen Habermas. Al final, no obstante la trinchera, es decir el medio, el propósito del ensayo debe ser persuasivo. Su fin será generar conciencia; motivar al cambio. Loret de Mola pretenderá la indignación del ama de casa, Gómez Leyva, del oficinista que abre el periódico, y Sloderijk o Habermas, de la alta academia, pero al final no importará el tipo de propagación para catalogar qué es un ensayo; el ensayo es ensayo en sí mismo, y hay que tener como criterio suficiente para otorgarle su taxonomía, que se trata de una tira sucesiva de argumentos incisivos en torno a un mismo tema, con el objetivo de motivar a la reflexión o a la discusión. Dice José Luis Martínez en Orígenes y definición del ensayo (parte de su Prólogo a El ensayo mexicano moderno):
La expresión más concisa y exacta de lo que es un ensayo es que se trata de "literatura de las ideas". Xavier Villaurrutia llamó al ensayo "producto equidistante del periodismo y sistema filosófico textual". (...) En efecto, el ensayo es un género híbrido en cuanto a que en él participan elementos de dos categorías diferentes. Por una parte es didáctico (divulgativo), por otra lógico, en su exposición de las nociones e ideas (7).
Eso sí, el ensayo es un producto literario y como tal, obedece a una estética de género particular. La calidad del ensayo (o su debida apreciación estética, su armonía,) dependerá de la conjunción del qué se dice con el cómo. Es de esa cópula perfecta, de la unión del estilo con el contenido, que nacerá el mejor de los ensayos. Volviendo a José Luis Martínez:

De acuerdo a su forma o ejecución verbal, el ensayo puede tener una dimensión estética de acuerdo a la calidad de su estilo, aunque requiere al mismo tiempo también, de una dimensión lógica, no necesariamente literaria, en la exposición de sus temas (8).

Comentaba un gran ensayista, crítico de arte y periodista español, Eduardo Gómez de Baquero, "Andrenio", que el ensayo es un permanente bamboleo entre lo lírico y lo explicativo, entre la forma y lo sustancioso: "Se encuentra el ensayo en la frontera de dos reinos, el de la didáctica y el de la poesía, y hace permanentes excursiones de un género a otro". Karl Marx en las décadas de 1872-1897(9) pudo haber escrito un graffitti en las calles alemanas, "¡No se dejen explotar! ¡Revolución!", y exponer todo su punto teórico sin ninguna necesidad de emitir un panfleto o hacer un ensayo; pero no, Marx decidió en cambio hacer uso de su maestría y crear un gran ensayo que desde el enigmático inicio -"Un fantasma recorre Europa..."-, hasta la convocatoria final -"Proletarios del mundo, ¡uníos!"-, fuese una obra maestra.

Alfonso Reyes en su mencionado El deslinde, define al ensayo como una pieza de literatura ancilar en la que existe un intercambio permanente de servicios literarios ; es decir, como la conjugación de varias formas estéticas. El ensayo requiere de la poesía porque explica mediante metáforas, y también de servicios narrativos, porque es común que utilice anécdotas. El ensayista además, hace uso de una redacción impecable, de basta elocuencia en la forma de expresión, y de la perfecta hilación de sus criterios.

Sobre qué es más importante, si forma o contenido, el ensayista no debe abusar de ninguna de estas dos partes. El que bien escribe y no propone no es un ensayista, sino un redactor de criterios ajenos; un creador de palimpsestos ineficiente. El que piensa muy brillantemente pero no sabe escribir aquello que piensa, por otra parte, tiende a vivir frustrado. Es la higuera estéril: sabe mucho, pero no hay fruto. Por ende, es tan importante tanto el qué como el cómo del ensayo. Aún el antes connotado Alfonso Reyes, uno de los ensayistas que como Pedro Herníquez Ureña, más retacaba de filigrana y adornos su prosa ensayística, hablaba de que no todo es el bamboleo lírico en el ensayo. Dicen unos versos de Reyes (Inteligencia americana): "...porque necesitamos/ menos belleza, Padre/ pero más sabiduría". Y es cierto: el ensayista debe aprender a escribir, pero también saber pensar. Es indispensable el conocimiento del tema, o de menos, el ánimo de abarcarlo con cuidado y pasión, antes de aventurarse a la escritura. Montaigne, primer ensayista reconocido como tal, expone:

El juicio es un instrumento necesario en el tratamiento de toda clase de asuntos. Yo lo ejercito en toda ocasión en los ensayos. Si se trata de una materia que bien no entiendo, con mayor razón deberé servirme de él, sondeando el vado a recorrer desde muy lejos; luego, si encuentro demasiado profundo el lugar para mis alcances, me detengo en una orilla (10).

¿Cómo definir lo que es un ensayo, literariamente hablando? El Diccionario de retórica y poética de Helena Beristáin lo define como uno de los géneros literarios, perteneciente a la didáctica, explicativo, que versa sobre cualquier tema (11). Dice Federico Patán en su más notable ensayo sobre el ensayo, el Prólogo a la antología Ensayo Literario Mexicano, que

(e)n su sentir más inmediato, ensayo significa la exploración de un tema. El autor examina algo acerca del mundo, procurando mediante dicho examen alcanzar ciertas conclusiones, por lo general tentativas en un grado o en otro. Al lector de ensayos le corresponde desplazarse por esta senda trazada y aceptar las premisas últimas del texto u oponerse a ellas. Difícilmente en otro género habrá una condición de diálogo tan generosa (12).

El ensayo permite entrar en contacto con el ensayista, interactuar. A diferencia de la ficción, el "narrador" y el "autor" son el mismo, así como el "narratario" y el "lector" son la misma persona. Sí, existe un "público meta" del ensayo, un target, pero cualquiera puede leer cualquier ensayo si le es posible contextualizarse; ponerse en los zapatos adecuados. Marx le escribía a los obreros europeos, Gadamer a los filólogos y lingüistas, Ángel Rama a los latinoamericanos, Andrés Bello a los criollos, y Enrique Lihn -el ensayista, no el poeta- a los poetas. Lo que resulta peculiar en un ensayo es que, en lugar de tener un carácter tajantemente exclusivo, incita a ser a la vez obrero, lingüista, latinoamericano y poeta. Es un campo de insondable fertilidad donde se puede viajar a tiempos y circunstancias remotos, y sentar las bases para entender y actuar en función del tiempo y circunstancia, propios. El que La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, ensayo fundamental para entender a Francois Rabelais, de Mijail Bajtin, hable de un tiempo ajeno al nuestro, no supone que sea un ensayo caduco sino que por el contrario, junto con Historia de la sociedad feudal de Marc Bloch, funge como la mejor herramienta para entender una época que nos parece lejana, y que sin ensayistas nos sería imposible de comprender.

El afán del ensayo es volverse un registro de los tiempos, de las ideas, de los nombres, de los posibles futuros. Destaca su carácter de álbum fotográfico, su obsesión por alimentar -o empachar, más bien- al lector, de todo lo que se pueda al respecto de un tema en la escasa revisión de unas cuantas páginas. Al respecto decía Francis Bacon: the word is late, but the thing is ancient. El ensayo va siempre atrasado; habla sobre lo que ya ocurrió y si es muy, muy actual, a lo mucho debate lo que ya está aconteciendo. Por más que quiera no puede alcanzar la acción; siempre va pisándole los talones. Su carácter histórico debe confluir con sus pretensiones persuasivas; no sólo debe registrar, retratar, sino también motivar a hacer algo, a pensar algo a partir de lo expuesto. El ensayo invita a ver y luego, a hacer. Como dice Foucault (Las palabras y las cosas) es bidimensional: performativo (hace, y "hace hacer") y lingüístico (se lee, registra, expone).

Se trata de un género cuya pasión es lo inacabado. ¿Por qué el ensayo se llama precisamente, ensayo? De acuerdo a la "cultura general", Michel Eyquem de Montaigne -Montaigne a secas, para los amigos- es el padre formal del ensayo. Él lo llamó así en el primer ensayo -o capítulo I- de sus célebres Ensayos publicados en 1580, titulado De Demócrito y Heráclito. Ahí, dice:
Estos ejercicios del pensar son ensayos que sólo pretenden versar a grandes rasgos sobre cada tema. Es importante que el juicio en cada uno se tome sus anchas, que escoja el lindero que más se le antoje, que entre en mil senderos y decida, éste o aquél son los más convenientes. Elijo al azar aquí mi primer argumento. (...) Todo argumento es bueno y buena igual es la forma que se tome de agotarlo, porque basta no contemplar a ninguno por entero: los ensayos no declaran tanto como aquellos que nos han prometido tratar absolutamente todos los temas de todas las cosas. De cientos de miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno tan sólo para acariciarlo, para desflorarlo, apara aflojarlo, y si es necesario después, penetrar hasta los huesos. Reflexiono sobre las cosas, pero no con amplitud sino con un análisis a profundidad del que soy capaz, y las más de las veces, reflexiono de las cosas a partir de su aspecto más inusitado. Me atrevería a tratar cualquier materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia. Soltaré una frase por aquí, por allá otra. Haré muchas partes separadas de un mismo conjunto, desviadas, sin designio ni plan, haré lo que me plazca, lo que valga de mí mismo. Variaré y entregaré al final mi duda, la incertidumbre, la manera habitual de proceder que es la ignorancia (13).
¿Qué es el ensayo sino lo inacabado? Montaigne habla de que el ensayo es el "bla, bla, bla" sobre un tema sin pretensión de convertirse en el único texto, ni el más grande, sobre el tópico que trata. Es la divagación sin que se le vea sentido, sin un fin aparente, pero en cambio, con un propósito bien definido que, como antes se ha mencionado, es el persuasivo. Éste es el gran inicio del ensayo como tal, cuando Montaigne rompe con lo que antes se suponía que era tratar un tema con carácter totalizador o totalizante, tan en boga en los tractatus medievales, y comienza con la abundancia de argumentos a manera de conversación. Cuando se dejan a un lado las máximas, las recetas de tipo "1, 2, 3", los escritos providencialistas de corte cerrado, las conclusiones del tipo "así es esto y sin más, punto", que comienza el verdadero ensayo.

Antes de Montaigne...prolegómenos históricos del ensayo

Prolegómenos del ensayo hay en escritos desde el siglo II, pero son más bien textos que divagaban sobre un tema argumentativamente, con un fin persuasivo -que ya son características fundamentales del ensayo, según Wikipedia-. Los proverbios sumerios e hititas, partes selectas del Bahavad Gita babilónico que hablan sobre la virtud, las Analectas (Lin yu) de Confucio, y el Taotejing de Lao-tse, así como los relatos cortos de Chuang-tzu, pueden considerarse "protoensayos" o ideas sueltas que, al hilarse en una argumentación precisa, se volverían ensayos. El gran transformador (a mi parecer) de esos protoensayos en un ensayo como tal, bien hilado y en bloque, fue Salomón, Rey de Israel, alrededor del siglo VIII antes de Cristo. Los Proverbios bíblicos de Salomón son ideas sueltas; argumentos sin hilación:
(...) para adquirir justicia y enseñanza, sagacidad, equidad, justicia; para dar a los jóvenes conocimiento y prudencia, para que el sabio aumente su saber y el entendido sus habilidades, deben comprenderse los proverbios, las palabras de los sabios, los enigmas (14).
No conforman párrafos en sí, aunque sí ideas; constan de argumentos que ya en conjunto, podrían volverse un ensayo. El libro de Eclesiastés, en cambio, ya representa el primero de los ensayos conocidos. Hay partes que pueden pasar por ser una cátedra; una argumentación, una divagación:
Una generación va y la otra viene, pero la Tierra siempre permanece. El sol sale y se pone, y ha de dirigirse afanosamente hacia el lugar donde se pondrá otra vez. El viento va hacia el sur pero gira hacia el norte. Va dando vueltas, vueltas, retorna sobre su curso. Todos los ríos van a la mar, pero el mar nunca se llena, es el mismo lugar donde acuden los ríos, siempre vuelven a ir. Todas las cosas están gastadas (15)
Los sabios de cada pueblo son ensayistas, al menos mediante la oralidad: Jesucristo con las bienaventuranzas bíblicas, Muhammad el profeta islámico con El Corán (sobre todo en la Sura de La vaca), los brahamanes mediante los Veda, Averroes (Ibn Verroes) en Al-Andalús (la península ibérica), Zoroastro en la antigua Persia, Buda, y los grandes sabios chinos que no se ponderan tanto como Confucio y Lao-tse: Mencio, Mo-Tsi, Lien-Yukoi, Han-Fai-Zi y Tsun-tsú (16).

Los griegos y los romanos son, probablemente, los primeros ensayistas como tales, ya que escriben sus ideas; dejan registro de su pensamiento. De esta tradición sólo conviene transcribir la lista de precursores y textos que exhaustivamente nos brinda José Luis Martínez:
Memorabilia de Jenofonte, Vidas paralelas de Plutarco, los Diálogos de Platón y de Sócrates, la Poética de Aristóteles, los Carácteres de Teofrasto, el Arte poética de Horacio, las Instituciones oratorias de Quintilano, las Cartas de Plinio, el joven, Los oficios de Cicerón, los Soliloquios de Marco Aurelio y los dos libros de Tratados morales, de Séneca (17).
En la Edad Media conviene resaltar como grandes ensayos, Confesiones de San Agustín de Hipona, la Summa teológica, de Santo Tomás de Aquino y un texto posterior, Consolación de la filosofía, de Boecio. Esto, si seguimos el pensamiento eurocéntrico de nuestra educación trascendental, porque hay en el Oriente Extremo y en Medio Oriente, grandes ensayistas. Conviene recomendar a Ibn Jaldún, uno de mis favoritos, por Muqaddima o Historia de los árabes, de 1215.

El centro de los grandes ensayos, posteriormente, será el Renacimiento, que engendrará a Montaigne como a sus contemporáneos, Vico, Pico de la Mirándola, Tomasso Campanella, Erasmo de Rotterdam, Bodini y Maquiavelo. De ahí, la historia del ensayo salta a la Ilustración, máximo auge del tratado, la crítica y la dialéctica, como ensayos: Bacon, Descartes, Kant, Voltaire, Alexander Von Humboldt, Montesquieu, Leibniz, Locke y Pascal. Vendrían después, Berkeley, Macaulay, Emerson, Thiers, Saint-Victor y Brunetiere.

El "bajo siglo diecinueve", como me gusta llamarlo, el que trajo las máquinas de vapor y las novelas de detectives, y no el de Goethe, Schiller y los románticos (que hicieron en su tiempo grandes ensayos como La razón y el hechizo, goethiano) se acompaña de ensayistas como Hegel, Feuerbach, Marx y Engels, en Alemania, o Alain y Gide en Francia, así como de ensayos menos filosóficos y elaborados, y sí más periodísticos y de rápida lectura: Adison, Steele, Lamb, Hazlitt y Robert Louis Stevenson, cuya faceta de ensayista me parece tan considerable como sus dotes de narrador.

No se podría hablar, tan sólo en este espacio, de los precursores del ensayo en el siglo pasado. Desde los existencialistas -Sartre, Kierkegaard, Camus con su Mito de Sísisfo- hasta la Escuela de Frankfurt -Adorno, Habermas, Lowenthal, Horkheimer, Walter Benjamin, Jürgen Habermas-, pasando por el psicoanálisis -Freud, Lacan- o por la semiótica -Peirce, y después Ricoeur y Umberto Eco-, la lingüística -Saussure, Hjelsmlev, Jakobson- y el ensayo literario -Propp, Greimas, Bajtín-, el siglo veinte hizo del ensayo su género. Para Alain Baidou, en el siglo veinte nacen las ciencias sociales, la ciencia política como estudio, las relaciones internacionales, los estudios subalternos en la Historia; en fin, una serie de disciplinas cuya única herramienta de estudio son los ensayos: se leen ensayos y se hacen todo el tiempo, ensayos.

"En gustos se rompen géneros" (Sobre los distintos tipos de ensayo)

Hay una infinidad de subgéneros del ensayo, contrario a lo que piensan las enciclopedias como Wikipedia, que limitan los tipos de ensayo a la disertación o réplica, el artículo de divulgación, las cátedras y la miscelánea (o ensayo temático). Hay epístolas: cartas que en su contenido son ensayísticas porque exponen la visión del autor ante un evento específico, y circunscrito a un momento histórico, moral y psico-social, específico. Hay diálogos, los cuales pueden resultar ensayísticos. Tal vez Platón no escribió en prosa por una limitante estilística de su tiempo, pero sus Diálogos funcionan como ensayos, tal y como las entrevistas hechas a Walter Benjamin en Metafísica de la Juventud -que están transcritas en diálogo- funcionan como propuestas ensayísticas.

Figuran como subgéneros del ensayo también, el discurso, que puede ir desde las bienaventuranzas cristianas hasta La Historia de absolverá de Fidel Castro, pasando por las palabras de Alain Badiou en la Plaza de Mayo, en Argentina, sobre la conciencia del mal. La ponencia como variante del discurso, es también un ensayo. Los mejores ensayos de Elena Poniatowska, Gonzalo Celorio, José de la Colina, Juan Hernández Luna, y tal vez hasta Paco Ignacio Taibo II no los he leído, sino que los he escuchado en distintos foros donde estos escritores se han presentado. Esta oralidad también se hace presente en ensayos "inasibles" y que, de no grabarse de algún modo, se los lleva el viento, como son las cátedras o los sermones cristianos. A veces, los más brillantes criterios de un ensayista nacen de su faceta expositiva y catedrática, y no de sus escritos. Prefiero de Michel Foucault, por ejemplo, Los anormales, que es un conjunto de clases prounciadas en el College de France, de 1971 a 1974, a otros textos como Vigilar y castigar o el nacimiento de la prisión, o Historia de la sexualidad.

Hay ensayos breves y poemáticos, casi ficciones, sobre un tema. Se puede poner en el borde superior de una página Sobre la calvicie y comenzar a relatar algo como:
A pocas cosas les he temido más que a la calvicie. Los tíos de mi madre muestran su frente prolongada, con unos ralos cabellos cayendo en el borde de las sienes, y su amplísima calvicie, signo de senectud y de fatuidad humana. Porque sí, la calvicie nos demuestra que somos pasajeros, volátiles. Triste y sencillamente humanos. Es mediante la calvicie que la vida grita que se ha entrado al verano de los días, que se es adulto, que la inocencia se ha perdido.
Algo así hace uno de mis ensayistas favoritos, y a quien pretenderé seguir en mis micro-ensayos, o divagaciones fútiles, Julio Torri. De fusilamientos, de Torri, es uno de los más ingeniosos ensayos cortos y espontáneos. Relata al mismo tiempo un fusilamiento, de lo que va reflexionando sobre la acción instigadora, represora y política de fusilar:

(...) Rudas experiencias se delatan en la cortesía peculiar de los soldados. Aún los hombres de temple más firme se sienten empequeñecidos, humillados, por el trato que difícilmente se contiene en el instante de la áspera ocupación de mandar y castigar.
Los soldados rasos muestran a veces su deplorable aspecto: los vestidos viejos, crecidas las barbas, los zapatones cubiertos de polvo; el mayor desaseo de la persona (18).

El ensayo se vuelve en las líneas de Torri, una forma de creación literaria, como en Pintura sin mancha de Xavier Villaurrutia o en Novedad de la patria de Ramón López Velarde. La amplia descripción, el cuidado anedótico y la sucesión de eventos crean una especie de cuento/ensayo, como en el caso del novelista español Javier Marías, la novela se reinventa para volverse un género híbrido: novela/ensayo. Se trata de una pieza narrativa donde el narrador -que casi siempre es el protagonista también- hace referencias a criterior propios, a manera de ensayo. En la exquisita novela de Marías Corazón tan blanco, escribe:

Y se hacen méritos contando. De repente a uno no le basta con decir tan sólo, encendidas palabras que se gastan o se vuelven repetitivas. Tampoco ya le basta a quien escucha. El que habla se dice insaciable, pero insaciable es el que escucha, porque dice atender la atención del otro infinitamente y sólo deja que el otro piense que penetra con su lengua hasta el fondo (19).

Lo que hace Marías no es nuevo. La aventuras de Hucleberry Finn de Twain empieza con un pequeño ensayo sobre lo que es vivir en el campo muy similar, y lo mismo hace Salinger con su Catcher in the rye, empezando con un criterio más argumentativo que narrativo: "Lo que aquí contaré no son más que tonterías". Hablando por cierto de Javier Marías, se puede hablar a su vez de Elide Pittarello, autora del ensayo No he querido saber pero he sabido: Javier Marías y su "Corazón tan blanco", y con ella, del ensayo literario como género.

Roman Jakobson decía que en el mundo de las artes existían dos tipos de seres, los creadores y los que revisaban lo creado. Los primeros -decía Jakobson-, son como elefantes, paquidermos, los segundos, paquidermólogos, expertos en elefantes que pueden saber todo sobre ellos pero que jamás vivirán como ellos porque son humanos, no elefantes. Los creadores viven como artistas, los críticos o ensayistas, no, son sólo revisores, jueces de la obra, puntillosos observadores de lo creado. El ensayo literario, la crítica o la reseña son precisamente la revisión de lo creado. Componen un subgénero del ensayo de aquellos que aprecian la obra de arte y, a partir de la contextualización histórica, filosófica, psicológica o moral, pueden juzgarla como experiencia estética. De este tipo de ensayos conviene revisar la extensa visión que Colin Smith hace de El poema de Mío Cid, donde se aventura a decir que El Cid tiene un autor erudito, clérigo, Pappe Abad, que firma la primera copia en 1112, y que la autoría no es de un juglar, como pensaba el medievalista español Menández Pidal, y el ensayo de Domingo Ynduráin sobre la obra de San Juan de la Cruz, que se suma a otro ensayo magnífico, de Dámaso Alonso, en la adecuada revisión de la obra del Santo patrono de los poetas.

La crónica como subgénero es también explotable, ya que puede ser sarcástica, reflexiva, aguda en cuanto a lo político y social, y amena. Son ejemplos de cronistas, Norman Mailer, Joan Didion, Tom Wolfe, Alejo Carpentier, el chileno Pedro Lemebel, y en México,
José Emilio Pacheco, Salvador Novo con sus crónicas de los sexenios 1940-1946 y 1946-1952 y Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente.

El tratado o cualquier escrito con precisión académica, como las tesis que realiza para obtener un grado, no son ensayos a fondo, salvo que la propuesta del autor sea el corpus fundamental, y no la argumentación de referencias académicas. Puede debatirse a fondo si Tractatus de Wittgenstein es un ensayo o no, pero textualmente se observa más como el resultado de un ensayo anterior, mucho más extenso; como la conclusión de una obra monumental. ¿Los manifiestos, por su parte, son ensayos? Depende de la estructura del manifiesto. Marx y Engels redactan un ensayo sublime en su manifiesto, tal y como lo hace Bretón en el primero de los textos de su corpus surrealista. Ulises Carreón y la "Generación del crack", en cambio, prefieren optar por ideas sueltas, casi proverbiales, que se conviertan en criterios alrededor de un tema. Metatextualmente sí son ensayos: son argumentos alrededor de un tema. Textualmente no lo son, les falta el abordaje, la simulación de la plática; la divagación de la que habla Montaigne.

La necesidad del ensayo en sí, y de un nuevo ensayo

Nos urge leer ensayo. Como sociedad, no podemos concebir un tiempo sin ensayos cuando el siglo pasado fue la muestra de que los más grandes criterios se divulgaban mediante este género. No se puede creer que en una comunidad que de por sí no lee, el ensayo sea el género menos leído por haber ganado el campeonato colectivo de ser el más aburrido. Es importantísimo leer ensayos, y también escribirlos.

Centauro constará de un cúmulo continuo de ensayos donde se aborden todo tipo de temas, desde la alta cultura filosófica hasta la cultura popular, todo esto, alrededor de la postmodernidad que me ha tocado vivir: mi tiempo, mi presente, mi momento histórico. Centauro será un blog personal donde podré escribir como todo el ciberespacio escribe en sus blogs: sobre futbol, sobre política, sobre música, sobre literatura, pero con un toque reflexivo, filosófico, crítico...estrictamente ensayístico. Sí pretendo que estos ensayos, como los epítomes textos del género en la modernidad, puedan convertirse en el "hilo negro", en el pensamiento fundacional y referencia obligada al respecto de un tema. Ambicioso, sí, pero posible. Si bien Torri hizo ensayos sobre Saturnino Herrán porque era el artista de su tiempo, yo puedo escribir sobre el plástico equivalente en México en mi tiempo, si el tema de Torres Bodet era la integración de la OTÁN, el mío puede ser la nueva identidad europea, a partir de la unión de países. Lo importante resulta divagar, escribir, opinar y leer, leer mucho para tener el cimiento adecuado que permita que el edificio no se caiga, que se digan estupideces, que no se hable a la ligera y que por el contrario sí se hable, que se hable y mucho.

Mi propuesta estética, o más bien estilísitica, porque es digno de otro ensayo saber si un ensayo puede generar una experiencia estética, parte de la premisa de un nuevo ensayo donde el tema prácticamente no importe. Se puede escribir sobre cantantes de cumbia, películas de terror de bajo presupuesto en los años 80 tardíos, cartones de jugo, pornografía en línea, estampados de playeras y moda, lo que sea es lo que sea. Lo importante, será que se le brinde un tono de "alta cultura", hasta rayar en el academicismo, por mantener un afán riguroso, canónico a la Harold Bloom (El canon occidental), que dote a cada ensayo de una validez filosófica, más allá de su simple pretensión lúdica. Habrá un poco de todo: ensayo poético corto, crónica, discurso, diálogos y manifiestos. De todo un poco, cada vez que los temas lo requieran.

Espero dejar de qué hablar en futuros ensayos que, prometo, serán mucho menos tediosos, extensos, referenciales (bueno, tal vez todos terminen siendo referenciales, ¿puedo prometer eso?) y academicistas que el presente. Siempre quise hacer un ensayo que hablara del ensayo, de lo que para mí significa el ensayo, y fue de esta forma que salió este largo mamotreto de opiniones.

Próximamente...
La labor de un ensayista (o carta de explicación de motivos, 2a parte)
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Notas:


(1) Alusión a Renato Leduc con el poema Los buzos diamantistas
, que en el canto IV dice: "(...) el gran ponto canta su gran canción azul/ los buzos diamantistas, en santa cofradía/ volvimos a la tierra, volvimos a nacer/ cargamos del abismo la pesadumbre ignota/ de lo que pudo ser".
(2) Recomiendo para ver las reseñas de Paz, abordar Generaciones y Semblanzas, contenido en sus Obras Completas (FCE, México, reeditadas en 1999).
(3) Carpe diem quiere decir aprovecha el día, segú
n su locución latina. Locus amoenus (lugar placentero) y ubi sunt (¿en dónde están?)son tópicos griegos clásicos; parve liber...es el comienzo de un verso de Ovidio en latín: Parvo libro, irás a la ciudad, donde a tu creador le ha sido vedado asistir, en Las Tristes.
(4)
La carretilla alfonsina, en Ensayo Literario Mexicano, FCE-UNAM, 2000.
(5) Escalante, en La Jornada Semanal, 11 de febrero de 2007.
(5) Montiel, en http://www.ensayistas.org/critica/ensayo/montiel.htm
(6) Ensayo mexicano moderno, FCE, Colección Letras Mexicanas, México 1975.
(7) Ibídem.
(8) Emisión de Manifiesto del Partido Comunista en 1872, 1882, 1892 y 1897, respectivamente.
(9) Ensayos, Libro I, Cap. L, "De Demócrito y Heráclito", Traducción de Constantino Román y Salamero, Garnier, París, 1912.
(10) Diccionario de retórica y poética,
Porrúa, México 2000.
(11) Ensayo Literario Mexicano,
Op. Cit.
(12) Ensayos,
Op. Cit.
(13) Proverbios 1:1
(14) Eclesiastés 1:1-8
(15) Conviene ver Breve Historia de la Filosofía China, de Fu Yu-Lan, Universidad de Pennsylvania, conseguible en Brevarios del FCE, México.
(16) En Ensayo Mexicano Moderno, Op. Cit.
(17) De fusilamientos, en Ibídem.
(18) Corazón tan blanco, Edición y notas de Elide Pittarello, Ediciones Crítica, Madrid, 2009.