lunes, 13 de febrero de 2012

Amor (por sustitución)

Amar: perder el amor. Se ama y se deja de amar todo lo que alguna vez se haya amado antes. El amor verdadero, en su sentido más pragmático y plausible (y el que conocemos, a partir de la tradición renacentista), es una sustitución: el amor nuevo, pleno, sustituye todo amor antes del amor. Los griegos siquiera tenían varias palabras para el mismo término y la sustitución era genuina: filos mata a koinos, ágape mata filos, eros mata todo. Una bestia voraz que, tan pronto aparece en el bosque encantado, se traga todo: devasta el amor a los amigos, al arte, a uno mismo, al trabajo, a la patria y a la madre. El amor al otro (que es el amor aquí referido), aniquila todo amor a cualquier objeto u objetivo. Amar a otro es firmar un contrato no retroactivo: “yo amo y –en pleno uso de mis facultades físicas y mentales– me comprometo a no amar más”. Antes de frecuentar el amor nuevo, yo amaba el cine, las mujeres que salen en el cine (italiano, sobre todo… ¡las del francés, caray! Jean Seberg, Brigitte Bardot); yo amaba a Monica Belucci…y a las palomas, y a las plazas tiznadas de vagabundos, y perder el tiempo, leer con voracidad, hacerme el interesante. Me amaba (y ahora, te amo). Te amo para dejar de amar a la anterior (a la que amaba). Y amaba mujeres psicóticas en bien amados bares que goteaban chistes amables. Ahora amo, así: a secas y en exceso. Cuando en la mitología griega Ariadna amó a Teseo, juró dejar de amar a otros hombres. Como Teseo la abandonó (y después, Dionisio sólo abusó de ella), Ariadna se ahorcó. Lo mismo pasó con Orfeo, cuando perdió a Eurídice en el Hades. Julieta y Romeo: si ella no podía amarlo, mejor era morir. Y con Tristán e Isolda; y con Abelardo y Eloísa; y con el poeta Manuel Acuña y su vecina Rosario: “(…) amor de mis amores;/ la luz de mis tinieblas,/ la esencia de mis flores,/ mi mira de poeta,/ mi juventud, adiós! (y, ¡cataplám! Que se da un tiro). Amar es el alfa y el omega; lo primordial, genético. Lo mismo pasó en Annie Hall, en Amar te duele, en Amores perros, en Cuando Harry conoció a Sally: en esa cafetería, mientras ella fingía un orgasmo, supo que ella era el “nuevo amor”, el “insustituible”. José José bien lo dice: amar sustituye al querer. Y un son cubano, también: “amé, con toda el alma, / como se quiere sólo una vez”. El amor no admite nada más: monolítico, unidireccional, expansivo, intransigente, inamovible. Ley de la impenetrabilidad (en el amor): dos amores no pueden ocupar, en un mismo tiempo, un mismo espacio. Si es así, uno se está engañando: o ama a uno, bien, como se debe, o regresa a amar al otro (bien; como se debe).

Elogio a la chaparrita



Hold me closer, tiny dancer.
Count the headlights on the highway,
lay me down in shits of linen,
you had a busy day today.
-Elton John, Tiny Dancer (1971)

Los grandes paradigmas estéticos (y morales) de la mujer moderna han muerto. Ahora hay que buscarse una mujer pequeña. Una chaparrita. Eso basta y sobra: una mujer de un metro (con cincuenta y tres centímetros). Porque entre más pequeña, mejor: se abraza con un solo brazo, se acaricia con media palma. Un bultito modular y portátil. Cobijita, pecera, caja de cereal, mujer chiquita: congruencia con el arte mobiliar. Algo parecido a un idolito o a una venus paleolítica. Uno la carga y protege como por inercia. Se la lleva a todos lados como el llavero o la cartera; es el amuleto que, en la aventura de todos los días, se consagra como imprescindible. Qué más querría el varón que ese ápice, chico y enorme, volátil pero lleno de encanto: no hay nada más ideal que lo pequeño. Minimalismo puro. Geopolíticamente hablando, le debemos el mundo a gente pequeña: Napoleón, Carlos Salinas de Gortari y Bill Gates, dixit: “la gloria se mide de la cabeza al cielo”. Muhammad Yunus, al inventar el Banco Familiar en los países africanos, lo decía: “entre más pequeño, más bello”. Nada sería Exupery sin un príncipe pequeño en un planeta, también pequeño. Modular y compacto, lo pequeño “es lo de hoy”: celulares, reproductores de música, computadoras portátiles. “Las mujeres más preciosas –comentó Moliere– deben ser pequeñas”. “La mujer ideal –comentó Ramón Ayala– debe tener pies bonitos (o sea, pequeños)”. Delicado, grácil, recatado, dulce, pequeño: De ratones y hombres (Steinbeck), Pulgarcito,Peter Pan, las hadas, los elfos, las ninfas, los trolls (y los leprechauns, los goblins, los cheneques y los duendes). ABBA no sería nada sin Chiquitita. La carrera de Antonio Aguilar estaría muerta sin Mi chaparrita. Marie Louise Alcott: Little Women. Y un cartel de "cutlery" delos años cuarenta bien lo decía: My little wife is such a clever woman. Pequeñez es travesura, inquietud, sencillez. Ahí está el detalle, señoras y señores: lo pequeño es lo bonito.