lunes, 30 de abril de 2012

En busca del ensayo perdido


Si me faltaran varios años de vida podría escribir montones de ensayos. Pienso, sin embargo, en los ensayos que no escribiré; y es que, a falta de tiempo o de ganas, y con esa infinita capacidad de la mente para procesar información, no sorprende que todos los días, en momentos gloriosos y espontáneos, vengan ideas a la cabeza que, amenazando con convertirse en ensayos perfectos, mueran religiosamente tan pronto nacen. 
El ensayo que sale del intelecto y se plasma sobre papel no es ni el primo lejano del proto-ensayo, formado en las comisuras del invento, fruto de la memoria y de la imaginación. Cuenta Borges que Samuel Taylor Coleridge, encerrado en su estudio, planeaba escribir su obra maestra: un poema largo, capaz de sintetizar toda la historia del pueblo mongol[1]. Alguien llamó a la puerta de Coleridge y los versos que mágicamente fluían en su mente segundos antes del toc-toc, se esfumaron. El romántico inglés escribió el poema Kubla Khan, pero no era éste el que tenía en mente; el proyecto a gran escala había desaparecido. Así funciona con todo lo que nos prometemos escribir, pero no escribimos. Materializamos una obra y perdemos otra, que vaga sobre el viento una vez que decimos, “algún día haré un ensayo que trate de equis o yé”. Y eso no es nada nuevo. En la Edad Media ya había quien sabía perfectamente que, de fijarse un tema y una estructura para escribir, no escribiría nada. El Farai un vers de dreyt nien (“Haré un verso que trate de nada”), un poema de Guillermo de Aquitania que data aproximadamente del siglo XII, ya trata el tema: “No sé cuándo estoy dormido / ni cuándo yo velo, / si no me lo dicen[2]”. ¿Habrá acaso alguien que escriba tanto y sobre tantos temas, que confunda lo que ya escribió, lo que aún no, lo que pensó, lo que soñó, lo que escuchó y lo que leyó? Volviendo a Borges, él cita a Paul Valéry, quien hacia 1938 escribió: “la Historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras, sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de la literatura[3]”. ¿Será posible? ¿Acaso se podrá conocer al autor, no por cuanto ha escrito, sino por aquello que no ha escrito? ¿Conoceremos al escritor por lo que no escribirá jamás?
Múltiples son los intentos de publicar obras jamás escritas. Abundan los borradores de novelas, los esquemas de ensayos, los diarios, cuadernos de escritura y notas dispersas. Los Escritos de Lacan son apuntes sueltos, inconexos, que de haberse desarrollado hubiesen legado una obra extensísima. Lo mismo hubiera sucedido si El libro de los pasajes, de Walter Benjamin, no fuese un conjunto de aforismos al azar, sino un ensayo largo y sustancioso. Los anormales de Foucault, consta de una recopilación de anotaciones de cuando el francés dio un seminario sobre la locura en el College de France; algo así es, también, El discurso amoroso de Roland Barthes: sus papeles preparativos para un seminario en el Alto Colegio de Ciencias Sociales. Todo esto, no obstante, no puede ser un viaje a la mente de los creadores. No es la summa de lo “no escrito”, sino más bien, una aproximación a lo “posiblemente escrito”. Por ende, el entender, analizar y degustar las obras maestras que se quedarán en la gaveta cerebral conlleva un deleite especial: el “hubiera”, el gusto por lo que jamás se hará. Como diría Renato Leduc: “cargamos del abismo, la pesadumbre ignota/ de todo lo que pudo, / de lo que pudo ser”.

[3] Borges, J.L. Op. Cit.

viernes, 20 de abril de 2012

We are all made of essay

¿Qué nos hace "humanos"? ¿Qué nos hace trascender de otras especies animales? Hay múltiples respuestas: Descartes: la razón; Leibniz: unidades de fuerza desconocida, innata (mónadas); La orden jedi: unidades de fuerza desconocida, innata (midiglorias); Kant: la capacidad crítica (la percepción, la abstracción, la memoria y la imaginación); Heidegger: el ser (das sein), el estar consciente de la propia existencia; Freud: el subconsciente; La modernidad: el modificar nuestro entorno en pos del progreso; La postmodernidad: el poder interpretar cómo en pos del progreso, le dimos "en la torre" a nuestro entorno...En fin. Puede darse una respuesta sociológica, otra política, otra psicoanalítica, otra filosófica y otra metafísica/ religiosa/ escolástica, y al final, no llegar a un acuerdo. Ese complejo ser que llamamos "hombre" es, según el antropólogo alemán Max Scheler [1], una especie de animal imperfecto; a diferencia de otros animales, no obedece al instinto para adaptarse a su entorno, sino que adapta su entorno para crearse una identidad, una ideología, un modus vivendi; un sistema de creencias. Compremos la postura de Scheler: el ser humano es ontológico, espiritual y teleológico. Tiene un origen (ontos, "ser") a nivel metafísico que lo separa de los animales: nace con cierta naturaleza "espiritual", interna, que conjunta lo psíquico y la interpretación de lo físico; una naturaleza psicofísica. Es, asimismo, un ser de fines (telos, "fin"), que se propone transformarse a sí mismo, a los demás y al entorno, y que se forja caminos para lograr sus metas. Por ende, no puede hablarse de un "hombre-bulto", de un "ser humano-objeto" que nace, crece, se reproduce, se alimenta, defeca, muere y se defiende de las inclemencias del medio. El ser humano va un paso más allá: aprende, cuestiona, interpeta, genera signos para comunicarse con otros y para hacer una biblioteca psicofísica de referentes culturales [2]; el hombre es orgánico, pero también trascendental; todo lo que hace a lo largo de su vida pretende que lo conozcan, que lo recuerden, que lo admiren y que "algo" de él, quede en este mundo. No importa si se trata del "chistosito" de la fiesta, del galán de la preparatoria, del ratón de biblioteca o de la pareja en fotografías de la boda...toda seña de identidad es un motivo para trascender.

Ésta es la explicación que doy a que haya surgido el ensayo como género. Si Heidegger hablaba de un ser postmetafísico, que se define por su historia personal y cultural, si Freud hablaba de un ser subconsciente, y Marx de un ser revolucionario, político y económico, yo quiero hablar de un ser ensayista. Los seres humanos nos distinguimos de los animales porque nosotros podemos escribir --y hablar, leer, debatir, ver en televisión o hasta pensar-- "ensayos", y ellos no. El ensayo es, por naturaleza, un documento de la especie humana que refleja las capacidades intelectuales de toda nuestra estirpe: la ambigüedad al maquinar, el monólogo interior, la capacidad de manejar varios temas; la simultaneidad, el pensamiento complejo, el pensamiento crítico. Considero que se puede hablar, como señala Michel Pécheux [3], de un "discurso automático" (de un fin persuasivo, ideológico, en todo texto, conversación, narrativa, poema, texto audiovisual, etcétera), pero también de un "ensayo automático", como una pista innegable de "lo humano". Así como emitimos discurso aún sin quererlo, emitimos ensayo sin quererlo. Somos seres ensayadores. Estamos hechos para "cantinflear", para saltar de un lugar a otro, explorar todos los universos y no llegar a nada...¡y es nuestra "identidad humana"! La multiplicidad de estilos y estados de ánimo puede ser tan prolífica como la cantidad de pensamientos en un día común. Abordamos temas y los retiramos, usamos maletas repletas de ideas; le damos vueltas a argumentos interminables y entablamos diatribas larguísimas con nosotros mismos. No importa si el tema es "me seguirá queriendo", "¿debo salir con él por un café?", "¿alcanzaré a terminar la tarea?" o "las elecciones de México en el 2012". Todo tema es un gatillo que motivará el resbalón de un flujo abundante en muchos análisis. Y es así que, con el respeto de Descartes, Leibniz, Kant, Heidegger, Freud, Marx y los jedi, quiero hacerme un "huequito" en la historia de la filosofía. Si ya hablamos de homo sapiens, del das sein, del absurdo humano, del súper hombre, del hombre metafísico y demás, ¿por qué no hablar de un homo essayus, del "hombre que ensaya"? Se sentiría bien tener un pequeño nicho en la interpretación histórica en la filosofía de lo humano.


¿Qué nos hace "humanos"? ¿Qué nos hace trascender de otras especies animales? Un escrito, una conversación, un monólogo interno. Algo chiquito, pero sustancioso. Algo como esto, que acabas de leer.


[1] Scheler, Max, El puesto del hombre en el cosmos (1928, ed. 2000); [2] Cassirer, Ernst, Filosofía de las formas simbólicas (1959, ed. 1965); [3] Pechéux, Max, Análisis automático del discurso (1999).